LA
HISTORIA DE UN PARTIDO DE FUTBOL QUE ENCONTRÓ LA FELICIDAD
Estamos
en abril de 1973 y curso el primero de secundaria. En los años anteriores fui
considerado como un alumno mediocre que pasaba raspando con notas mínimas
aprobatorias el año, pero mi fortaleza fue en destacar en los deportes,
especialmente el fútbol y la natación por la dotación física que tuve gracias a
la alimentación que mi madre preocupada me daba. Eso me daba puntos adicionales
para mejorar mi promedio en general.
Les
escribe Lulo, seudónimo o sobrenombre que me pusieron en 1970 al salir poco a
poco del anonimato en mis relaciones deportivas, y este es la historia de un
partido de fútbol que se relaciona con una compañera de estudios de la que me
enamoré tres años atrás, y que la desesperación en verla me hizo cometer la más
grande locura, por el amor juvenil que, creo a todos sin excepción alguna vez
en nuestras vidas, lo hemos tenido.
A
Madezha, así ella se llamaba la conocí hace tres años, repito, cuando por
primera vez la vi al subir esta niña a la camioneta que diariamente nos recogía
para llevarnos al colegio, que estaba ubicado en La Molina, cuyo nombre es “La
Alegría en el Señor”. Cuando la vi en esa primera vez me llamó mucho la
atención su pelo largo ondulado y castaño, su rostro blanco y dulce con sus
pecas, era flaca, pero no tan exageradamente como Oliva, la novia eterna de
Popeye y su sonrisa, su eterna sonrisa, que, en esa primera vez no la mostró,
pero cuando se hizo de amigos (as) pude observarlo.
Y
me gustó. Fue un sentimiento positivo a primera vista.
En
ese momento me puse atento al menor detalle y tener la primera oportunidad para
ayudarla en alguna dificultad escolar, porque ella tenía pérdida en la visión,
pero grande fue mi sorpresa cuando en clases –creo de Lenguaje-, la directora
del colegio que se llamaba Rosemarie y que era en ese año nuestra tutora, hizo
para todos una pregunta difícil, en que Madezha sabía la respuesta. Ella se
levantó de su asiento y respondió.
“Uy…”,
me dije por dentro: “ella es inteligente y sabe mucho”. Allí entró mi desazón,
yo iba al colegio solo a jugar y no le daba mucha importancia a los estudios,
este primer amor juvenil me hizo entrar en un conflicto mucho mayor,
preguntándome a cada rato: “y ahora que hago…qué hago…”.
Pero
la vida te da oportunidades, por cosas del destino en ese año hubo escasez de
textos escolares y afortunadamente mi padre consiguió un libro de cuentos que
nos servía en la clase de Lenguaje para ejercitar nuestra lectura y la mente
con la recitación de poemas. Madezha no tuvo el libro y mi oportunidad fue esa;
ofrecerme a leerle el texto y memorizar los poemas para recitarlos.
Allí
empezó una gran amistad, que sin darme cuenta poco a poco esta relación se estaba
convirtiendo en amor, un sentimiento nuevo que te hacía sentir bien, animado,
contento, que todo a tu alrededor era de felicidad y de dicha.
Pero
también tenía el futbol. En años pasados en los tres recreos me los pasaba
jugando, pero cuando Madezha apareció esto se redujo a un solo recreo; a estar
con ella.
Los
primeros besos que le daba en su rostro me dejó contento. No había dolor alguno
que podía superar esta alegría porque había conseguido ser su amigo, a pesar
que ella sabía muchas cosas, era muy inteligente, bonita y con mucha ternura me
hablaba que era imposible pelearme con ella.
Pero,
y siempre hay un pero, lo que fregaban eran sus compañeras de nuestro salón,
mis compañeras de clase que, sabiendo que mi talón de Aquiles era mi
indisciplina en los estudios, por todos los medios trataban de indisponerme, de
dejarme mal parado, de burlarse de mis inseguridades y de separarnos, porque
había otros compañeros de estudios que sabían mucho, tenían buenas notas y
sabían hacer amistades.
Yo
ere tosco para hacer amistades, especialmente con las adolescentes, y solo con
el deporte me pude relacionar porque en muchas de ellas despertaba admiración,
una especie de su héroe. Entonces poco a poco me fui haciendo de un nombre, y
Lulo quedó para siempre en lugar de Manuel.
Y
hasta hoy más me conocen como Lulo que como Manuel, inclusive en el trabajo y
antes en la universidad.
Volviendo
al tema, mi fortaleza como adolescente fue el futbol y a eso le di con mayor
énfasis para desahogarme y reprimirme de alguna reacción que podría cometer
contra ellas. Gané fama y liderazgo con los chicos y chicas de primaria por el
carácter que tuve; violento y pleitista ante mis compañeros de secundaria, que
me originó en más de una ocasión a que me suspendieran del colegio por varios
días por pelearme con algunos de ellos.
Así,
poco a poco perdía contacto con Madezha, las llamadas telefónicas no servían de
mucho, era como un “hola … que tal…”, porque no tenía la habilidad del habla y
solo en pocas ocasiones pude estar a solas con ella. Pero ella, ya empezaba a
volar por otro lado.
Las
suspensiones constantes por mi indisciplina o mis travesuras –como quieran
llamarle-, no me permitió fortalecer mucho mi relación. Los dos años siguientes
los aprobé con notas once y doce, y llegué al año de 1973 en que pasé a primero
de secundaria, con Madezha, con mis compañeras que me hacían la vida difícil y
con otros en que pude llevar una amistad que lo podría denominar como hermanos.
Y
LOS AÑOS PASARON
Si en el año de 1972
mi relación con ella mejoraron ostensiblemente a pesar que la mayoría de mi
salón me dejaron de lado de participar en la promoción de despedida de dejar
primaria porque pensaban que iba a repetir de año, Madezha no estuvo de
acuerdo,
y allí se originaron las permanentes conversaciones telefónicas entre ella y mi
mamá.
Y
esto me percaté primero porque mi mamá sabía lo que pasaba en el colegio, y
segundo porque en más de una ocasión “la sorprendía” conversando con ella.
Me
dije entonces: “Ella tiene un interés conmigo y creo que me quiere”.
En
ese sentido el año de 1973 me propuse de alguna manera en formalizar como
enamorado mi relación con ella. Nuestra amistad era fuerte, obstaculizada por
sus amigas de nuestro salón, especialmente por Miriam, una chica que conocí
muchísimos años atrás cuando ambos nos rehabilitábamos en el Hospital Militar
Central, en los años de 1966 y 1967. Allí conocí también a Daniel Jerí y a
Augusto Vásquez, actual campeón en fisioculturismo.
El
equipo fútbol del colegio participaba en diversos campeonatos, en que se
encontraban también el Hogar Clínica San Juan de Dios, el Instituto de
Rehabilitación, la Fraternidad Cristiana de Enfermos, Heine Medin y otros. equipos
de fútbol conformados por adolescentes que sufrían de alguna discapacidad
física, pero que podían jugar.
Y
en ese entonces no había un reglamento tan definido hasta años después, era el
sueño de nosotros a ser grandes, emulando al equipo peruano cuando participó en
el Mundial de México 70 y en el Campeonato Descentralizado de Fútbol donde hubo
muchas estrellas como Baylón, Challe, Chumpitaz, Gallardo, Muñante, Oblitas,
Cubillas, Cachito Oswaldo Ramirez; en fin, muchos, liderados por el que creo
fue el mejor de todos: Hugo Sotil.
Madezha
ya no vivía en La Victoria, se había mudado a la Residencial San Felipe. Hasta
me acuerdo de su dirección: edificio Los Olmos, departamento 902 en Jesús
María. Pero en ese entonces no lo sabía y ella no me quería dármela presionada
por su amigas.
Sufría
por esto, pero se me ocurrió una gran idea. Se acercaba el primer partido entre
mi colegio y el Hogar Clínica San Juan de Dios, válido para clasificar a
semifinales.
En
los años anteriores, especialmente en 1969, 1970 y 1971 La Alegría en el Señor
había arrasado con goleadas a sus contrincantes de entonces, el Instituto de
Rehabilitación y el Hogar Clínica San Juan de Dios. Los recortes periodísticos
existen en los diarios El Comercio y en La Prensa.
Pero
en 1972 el Hogar Clínica dio una señor paliza a mi colegio: 9 a 1; y fue en
nuestra propia casa. Solo dos de primarias fuimos seleccionados; Jhonny, quién
llegó a jugar y yo, que no pude hacerlo por lesión en el tobillo, producto de
una travesura al treparme a un árbol y caerme.
Una
hermosa copa que la tuvimos por tres años la perdimos. Juré que al siguiente
año lo íbamos a recuperar.
EL
MOMENTO LLEGO
La
gran idea que le propuse a Madezha, a Miryam, Verónica, Mónica y el resto de
sus amigas fue que si el colegio ganaba el primer partido al Hogar Clínica
ellas me daban la dirección, de lo contrario perdería toda posibilidad de
obtenerla.
Aceptado
el acuerdo, me olvidé completamente de los estudios y empecé a entrenar fuerte.
Tal mística les metí en la mente a mis compañeros que todos en conjunto lo
convertimos en “vida o muerte”, por nuestro honor para vengar la humillación
del año pasado que sufrió el equipo. Todos los días en el recreo mayor
entrenábamos, hasta los días sábados hacíamos igual. Pero, faltando dos semanas
para el crucial encuentro algo inesperado me sucedió: me lesioné con
dislocación en la rodilla izquierda, la pierna en que más apoyo producto de un
terrible golpe.
De
emergencia a la Clínica Maisón de Santé donde mi mamá trabajaba como secretaria
principal de la dirección; y el diagnóstico médico fue confirmado.
Tenían
que enyesarme y no podría caminar por 30 días.
Lloré
de impotencia, pero se me ocurrió una idea que comprometió al médico y a mi
mamá: que me enyesaran sí, pero con el aparato ortopédico puesto y que me
recetara calmante e inyecciones para soportar el dolor. Les rogué a ambos y por
primera vez tomé conciencia que sería de mi exclusiva responsabilidad lo que me
iba a pasar, escondiendo una gran verdad: no iba a jugar.
Creo
que por suerte Madezha se enfermó y no pudo informarle a mi mamá de mis
intenciones; que si iba a jugar, y que para mis compañeros esto era un secreto
que ni la directora y profesores lo sabían. Ella dejó de ir al colegio y toda
comunicación estaba supeditado al teléfono.
Con
los calmantes el dolor era menos, no podía doblar la pierna y el cuento era que
el seguro de aparato ortopédico estaba atascado que de moverlo se rompía.
Así
con leves movimiento físicos y jugueteos con la pelota estaba listo para jugar.
EL
PARTIDO
Mi
colegio formó en el arco con Eduardo Escate, en la defensa Nelson Serreño,
Miguel Lovera como Capitán del equipo y yo (Lulo); mediocampo estaba Jhonny y
en la delantera Pablo Huapaya. Aplicábamos como táctica de ataque la formación “M”,
y para la defensa la “W”; algo que desconcertó al Hogar Clínica que a punta de
velocidad de sus delanteros pero sin táctica jugaban siempre.
Las
chicas, lo chicos de todas las edades, los profesores, las amas, todos en
general gritaban de emoción y nos arengaban, porque en nuestra casa estábamos
jugando, en nuestro colegio.
En
el Hogar Clínica las chicas se “morían” por su arquero, Nilo, que tenía pinta
de actor de cine y de Pablo Rojas llamado Capitán por ser el don de mando en su
equipo y caballeroso con el adversario con su ímpetu siempre controlado.
También estaban otros respetables; Quispe, seguro y eficaz defensor y Chalaco,
temible y rápido delantero.
El
juego era de ida y vuelto, las emociones colectivas, los gritos de
“epa…epa…epa…San Juan está con pica…” fueron fuertes. El primer tiempo termino
a cero salvando un gol en la línea y otro con Escate los dos tirados en el piso
para controlar una pelota. El segundo tiempo siguió con la misma tónica hasta
que: llegó el primer gol, y fue de Pablo con un fulminante desborde que venció
a Nilo de un tiro fuerte al ángulo.
¡Alegría
total!, mi dolor no lo sentía, más bien por el lado derecho tenía mucho trabajo
por los desbordes que intentaban hacer los delanteros adversarios; pero
afortunadamente siempre los controlaba y me daba tiempo para poder desbordar –
tenía en esos años buena velocidad-, que en uno de mis tiros casi convierto un
gol. La pelota chocó en el palo y salió fuera del campo de juego.
El
segundo gol fue gracias a Lovera de un disparo cerca del área del Hogar Clínica
ante un mal rechazo de su defensa. Todos pensamos, ya ganamos el partido cuando
faltaban 10 minutos para su término.
Antes
se jugaban 25 minutos por tiempo con 10 de descanso.
Yo
pensando en Madezha y por esa distracción cometí un penal. En mi única falla
que tuve se me escapa el delantero rival. Lo enganché en el tobillo y el pobre
con la velocidad que iba rodó hasta el fondo. ¡La tristeza!. Escate no lo pudo
tapar y el marcador se ponía 2 a 1 a nuestro favor todavía.
Todos
sufrimos los últimos 10 minutos, ya no atacábamos y nos quedamos hasta el final
con el Plan “W” porque nos dio miedo que nos empataran …o que nos ganaran.
Y….y….y…¡ganamos
el partido!. Felicidad total, alegría total, sonrisas por todos lados y el
orgullo de todos nosotros de sacar adelante un partido difícil, especialmente
para mí.
Lo
que a muchos nos hizo lloran fue que de modo espontáneo nuestra barra cantara
el himno del colegio: “Como las rosas, tienen espinas, hay en la vida ….”, con
vibración, con firmeza y con alegría. Recuerdo el rostro de nuestra directora
al verla, sacaba su pañuelo para secarse quizás algunas lágrimas en sus ojos.
Momentáneamente
recuperamos la copa perdida el año pasado, y lo paseamos por casi todo el
colegio. El dolor me vino porque los efectos de los medicamentos pasó y ya
estaba en silla de ruedas participando de este paseo con la copa en mano.
Ahora
venía lo bueno.
EL
PAGO DE LA APUESTA Y VISITA A MEDEZHA
A
regañadientes Myriam me dio la dirección. Recuerdo que era viernes, último día
de asistir al colegio antes de salir de vacaciones por la culminación del
primer trimestre. Las libretas de notas me las entregaron, pero eso no me
importaba, tenía muchos ceros y siete cursos jalados y obviamente quien me lo
iba a firmar era mi hermano; no mi mamá y no mi padre.
El sábado a la una de
la tarde tomé un colectivo que me llevaba por toda la Av. Brasil, de allí me
bajé a la altura del Hospital Militar y …a caminar se ha dicho hasta llegar a
la
Residencial San Felipe, edificio Los Olmos cerca de las cinco de la tarde. Todo
ese tiempo lo fui buscando, buscando y buscando; fortaleciendo mi espíritu y mi
dolor en la pierna repitiendo siempre el precepto bíblico: “Buscad y
hallareis…”.
Cuando
llegué, me di cuenta que crucé todo el complejo de la residencial, la obra del
primer gobierno de Belaunde y que los Bussings, ¿se acuerdan de ellos?., las
líneas 58 y 59 que iban para Chama pasaban allí. De haberlo sabido hubiese sido
mucho más sencillo llegar a mi destino.
Al
subir y tocar el timbre, ella me recibió. Estaba con una bata blanca, un poco
desencajada por los síntomas de la gripe, pero con la alegría que yo estaba
allí, frente a ella. La vi como un ángel y lo primero que hice fue abrazarla
tiernamente, cuidadosamente, darle muchos besos en la mejilla, la nariz y en la
frente.
Ella
correspondió a tales sentimientos, no la besé en la boca porque no éramos
enamorados y en ese momento no le propuse. Mi satisfacción y mi triunfo fue
verla, tenerla en mis brazos, tocarle sus tiernas manos y en la ventana del
noveno piso observar ambos el paisaje. Ella meditaba lo que era la vida, de ser
perseverantes lo que queremos ser, hasta dónde queremos llegar y luchar siempre
lo que dicte nuestros sentimientos sanos. Ella hablaba, yo como siempre
escuchaba, aprendiendo de la persona que aquel tiempo quería mucho, tratando de
entender porqué me decía todas estas cosas.
Ella
estaba orgulloso de mi y sabía lo que me había pasado, pasar de todo lo que
arriesgué por ella. Allí confirmé que entre las dos, mi mamá y ella se
comunicaban porque entró una llamada telefónica; y era mi mamá preocupada si
estaba allí, porque me había escapado de mi casa, dejando de lado que me
quitaran el yeso para mediante una radiografía verificar como estaba mi rodilla
dislocada. Los quince días de vacaciones me permitieron recuperarme en un 70%
de la lesión, quedando como secuela que la rótula quedó desviado y que se
necesitaba de una operación para colocarlo en su lugar.
LA ALEGRIA HASTA EL SIGUIENTE AÑO
Me voy a saltear lo que fue el resto del año de 1973. Solo les
mencionaré que pasé de año, a segundo de secundaria con la desaprobación de dos
cursos de los 16 que en ese entonces llevabamos y que todo el verano del 74 con
Madezha estuvimos jugando en su casa o fuera de ella, como por ejemplo a las
escondidas. También caminábamos y me enseñaba cosas de la vida, es decir, que
tenga conciencia de lo que sería mi futuro, que no toda la vida iba a depender
de una pelota de fútbol, que mis padres no iban a estar siempre presentes, que
en esta ocasión mejore en mis estudios y que siempre me iba a ayudar o mejor
dicho, a compartir la ayuda, debido que rápidamente ella estaba perdiendo la
vista y yo no me percataba de su interno sufrimiento y de la rebeldía de
aceptar su realidad.
Obviamente no supe entenderla y ella quizás se llevó una gran desilusión
en ese sentido, del cual, sus amigas sacaron provecho de ello en los siguientes
años, especialmente cuando en 1975 Madezha viajó a Colombia para recuperar la
visión, pero regresó “con las manos vacías”; y que por ese desconsuelo en la
que estaba inmersa, uno del colegio Marco Antonio, aprovechó la ocasión para
enamorarla y estar con ella con el beneplácito de mis compañeros de aula y
profesores.
Era yo el que sufría ahora y me dediqué íntegramente para calmar mi
frustración en sacar campeón al colegio en diversos torneos de fútbol para
discapacitados, porque mi status deportivo era ya mi designación como Capitán
de Equipo por parte del grupo de profesores presidida por la directora, la
Srta. Rosemarie, ante la culminación de sus estudios de Miguel Lovera.
Pero bueno, ese es otra larga historia de mis memorias escolares que
quizás algún día las escribiré. Como término concluyó que perdí una inmejorable
oportunidad por mi ignorancia, terquedad y arrogancia a hacer realidad un
sueño, cuyo orgullo en los años siguientes me los tuve que tragar a costa del
deporte
Hoy a mis 62 años no puedo jugar, pero tengo en la música, la lectura,
los videos, los viajes y mi fiel Escarabajo la válvula de escape de no
deprimirme, de mantenerme en pie de lucha, de volver a ser el Lulo en sus
raíces a fin de recordar en no repetir los mismos errores y en no fijarme o
tomar interés en personas que me puedan rechazar, burlarse, jugar con mis
sentimientos o aprovechar de algún bien que les pueda dar.
¡Choque y fuga!, o ¡Raspa y gana!; ese es la voz.
MANUEL MARTÍNEZ ROSAS
PERIODISTA
CPP 2593
LIMA - PERU