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martes, 29 de enero de 2008

REQUIEN A UN AJEDRECISTA

Hace 36 años que con él aprendí a jugar ajedrez. Vivíamos a nivel mundial lo que se denominó la “partida del siglo”, los pocos diarios que circulaban en ese entonces –El Comercio, La Prensa, Correo, La Crónica, Ultima Hora y La Tercera-, sin excepción publicaban íntegramente las jugadas ... y los expertos comentaban y pronosticaban lo que iba a pasar.
En ese tiempo no era RPP la emisora de moda, sino radio Reloj, ubicado en la Av. Tacna la que en cada media hora daba un “flash informativo” de lo que estaba aconteciendo en Reykiavik, en 1972.
Cada tarde cuando llegaba a mi hogar después del colegio, a mis amigos y vecinos los encontraba jugando ajedrez, mejor dicho aprendiendo ajedrez, con periódico y libro en mano a fin de descifrar o adelantarse en saber quién ganaría dicho encuentro.
Eran los tiempos de la guerra fría en que las dos superpotencias se enfrentaban a nivel ajedrecístico: Estados Unidos y la entonces, Unión Soviética.
Y los soviéticos eran por mucho tiempo los campeones mundiales hasta que les apareció un joven norteamericano que con su sagacidad e inteligencia hizo lo que Muhhamad Alí hizo con el boxeo: meter el deporte al corazón del pueblo hasta masificarlo y darle quizás un carácter prioritario.
Eso fue lo que hizo Bobby Fischer, lamentablemente fallecido recientemente en circunstancias misteriosas en Islandia a la edad de 64 años, 64 como el número de casillas de los tableros de ajedrez.
Fischer se enfrentó al entonces campeón mundial de ajedrez Boris Spassky y las apuestas y comentarios no le eran favorables. El soviético en las dos oportunidades que lo enfrentó lo derrotó sin atenuantes.
Ante ello Fischer convenientemente se preparó y lo enfrentó dando un antítesis ajedrecístico, rompiendo parámetros, jugando apasionadamente y poniéndole emoción a cada jugada con ir siempre adelante. Casi nunca retrocedía sus piezas.
Atacaba con lo que tenía, especialmente con los peones, se daba el lujo de jugar sin su Reina, y a pesar de ello o hacía tablas o ganaba. Difícilmente perdía, salvo las dos primeras partidas en que Spassky de un plumazo lo borró del tablero.
Se pensó entonces que el norteamericano era “pan comido” nuevamente y que no era rival para un campeonato mundial.
Con dos derrotas y su orgullo herido pidió el primer aplazamiento. Al tercer encuentro (se jugarían 21 partidas) Fischer dejó el ajedrez clásico para entrar a la innovación y replanteo de su juego. Los peones eran una carta bajo la manga, es decir como que los soldados (Peones) siempre van al frente, al sacrificio con en las épocas napoleónicas o hitlerianas, con la diferencia que estos debían estar debidamente protegidos por el Caballo, el Arfil o la Torre.
Los reyes estaban solo de “espectadores”.
Con esto Spassky quedó “frío”, pensativo, mudo y preocupado. El campeonato se le iba de su manos, de su país en dos meses y medio en que duró el “match”, el cual, Fischer al final lo derrotó por 07 ganadas, 03 perdidas y 11 tablas. Queda como anécdota que ganó estando cómodamente en la cama de su hotel, mientras que el soviético desesperado en semana y media que invirtió su pensamiento en que le tocaba jugar para salvar su honor y el de su país, al final abandonó la partida no asistiendo a ella, y evitando de este modo la humillación de la prensa mundial, especialmente la norteamericana.
A partir de ese entonces Bobby Fischer de 29 años de edad, con su imagen juvenil se convirtió en un ícono en los EE.UU. y en el mundo occidental. En todas partes brotaron concursos, clubes y jóvenes que veían en él un ejemplo, para después convertirse en una leyenda.
Perdió su corona en 1975 a negarse a jugar contra Anatoli Karpow y exigir a la Federación Internacional de Ajedrez –FIDE- a que se jugara partidas sin límites y se coronara campeón el que obtenga diez victorias, sin que los empates contasen.
Después fue solo obstracismo, locura, soledad y rebeldía cuando los Estados Unidos lo acusó de traidor y quiso llevarlo preso en 1995 al desobedecer el bloqueo económico que impuso los estadounidenses a la desaparecida Yugoslavia, enfrentando nuevamente a Spassky, el cual, de nuevo lo derrotó.
Quedó sin nacionalidad, y Fischer se vio obligado a pedir asilo en Reykiavik, optando la nacionalidad islandesa, siendo antes detenido en Tokio con el peligro de ser deportado a los EE.UU en el 2005.
Hoy queda la leyenda y el recuerdo de un ajedrecista que enseñó con pasión la manera de saber pensar para resolver problemas. Eso es el ajedrez, y es una gran terapia mental para sobreponernos a circunstancias difíciles que nos toca enfrentar siempre en la vida.
A Bobby Fischer mi eterno agradecimiento y el recuerdo de lo vivido hace 36 años serán imborrables por el interés y la emoción en que se vivió, pensando siempre en el ajedrez.
El mayor ajedrecista de la historia, Gran maestro a los 15 años ha muerto, pero el espíritu estará siempre presente lo que hayamos vivido ese grandioso momento del enfrentamiento entre oriente y occidente, entre la represión y la libertad, entre el estatismo y el liberalismo.
Fischer representó mucho más que eso y en el recuerdo quedará.

Manuel Martínez Rosas
Periodista
CPP 2593

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